CLANDESTINAS, mujeres por voluntad.

Las noches en la ciudad están llenas de bares abiertos, gente entre risas,  alcohol y un conjunto de situaciones altamente peligrosas para quienes no han experimentado vivir en ella. Aquel ambiente, trae consigo a gente que decide trabajar a los pies de los faros en esquinas de calles oscuras que han presenciado el juego de intimidades sexuales; camaradería  y servicio por personas de cabellos largos, uñas pintadas, escotes que muestran senos, labios rojos seductores, tacones altos y una personalidad femenina convincente, pero con un secreto varonil que no se acepta como tal.

Los inicios de Gaviota

“Gaviota”, es el seudónimo que Alejandra escogió para el trabajo nocturno, es una mujer, así se siente y así quiere ser reconocida por los demás.
Ejerce el trabajo sexual, tiene pareja y aunque en sus documentos legales figure como Alfredo, ella no deja de presentarse ante el resto de la sociedad como Alejandra.

Ella cuenta que desde niña se sintió mujer, desafortunadamente diferente al sexo con el que nació. A corta edad sufrió violación sexual por parte de un vecino, eso causó el enfurecimiento de su familia, entonces, decidió afrontar este hecho escapando de su hogar.  Pocos años después tuvo un amante mayor de edad que la consentía y trataba con delicadeza, cual se tratase de una dama con las características físicas enteras. Fue entonces cuando confirmó su identidad femenina entregando su cuerpo al hombre que quería. Con el tiempo la situación se puso difícil y necesitaba ingresos económicos, pero en los empleos que obtuvo fue víctima  de explotación laboral, discriminación por su condición de mujer transgénero,  y muchas veces no recibía un sueldo fijo. Después de días sin comer y durmiendo en calles, apareció un hombre que, “amablemente”, la convenció de que la acompañase a un alojamiento para satisfacer sus deseos sexuales que concluirían con la entrega de 200 Bs., acción que hizo dar cuenta a Alejandra el valor económico que el sexo puede ofrecer. Específicamente nunca fue lo que buscó, pero fue la única opción que le quedó.

Desde aquella experiencia, ella mantiene el trabajo sexual como su principal actividad económica.

El trabajo sexual como única opción.

 

Ante los prejuicios de una sociedad conservadora, las mujeres trans deben enfrentarse a burlas y al desconocimiento social de su identidad. Las escuelas, hospitales, policías e instancias públicas  las consideran varones pese a que las actitudes que ellas toman son femeninas. Eso produce burlas del entorno, por lo que muchas se ven obligadas a abandonar los estudios antes del bachillerato y empleos donde la violencia psicológica, y muchas veces física, las asecha.

Ante los prejuicios de una sociedad conservadora, las mujeres trans deben enfrentarse a burlas y al desconocimiento social de su identidad. Las escuelas, hospitales, policías e instancias públicas  las consideran varones pese a que las actitudes que ellas toman son femeninas. Eso produce burlas del entorno, por lo que muchas se ven obligadas a abandonar los estudios antes del bachillerato y empleos donde la violencia psicológica, y muchas veces física, las asecha.

Rayza Torriani, una mujer trans dedicada al activismo indica que “La población trans, en Bolivia, sólo ha llegado a cursar hasta la secundaria, lo que demuestra también el limitado acceso a la educación, aquello, más la discriminación y prejuicio social que atraviesan disminuye las posibilidades laborales de la población trans, lo que obliga a ejercer el trabajo sexual como única posibilidad de acceder a recursos económicos”.

Pero el trabajo sexual viene acompañado de varias amenazas, el alcoholismo, la violencia, y el VIH son las primordiales. El ambiente nocturno en calles de juerga trae bebidas, drogas, crimen y enfermedades venéreas, por lo que esta población está expuesta a peligros constantes, riesgos que se han convertido en cotidianos a tal punto que ya están acostumbradas a lidiar con ellos como parte de su trabajo. “Se olvidaron que somos personas, somos seres humanos, no es ésta la vida que queremos para nosotras, queremos y exigimos mejor calidad de vida para la comunidad trans”, indica Torriani.

La historia de Valentina

 

Valentina es una mujer trans que trabaja en un bar nocturno, a primera vista uno puede darse cuenta del alto grado de coquetería que ella practica. Lleva el pelo largo y rubio, pestañas postizas y ojos delineados, es delgada y también  amable con la gente que trata.

Lo que uno no espera es que días después de conocerla y de recibir su colaboración para este reportaje, sea víctima de un accidente de tránsito al salir del trabajo, a las 5 de la mañana, y que deje como resultado, su muerte.

El velorio fue poco casual, se encontraban compañeras de trabajo, amigas y familiares cercanos, pero lo más difícil de aceptar fue que después que Valentina, en vida, luchó por ser reconocida como mujer adoptando la estética y actitudes femeninas, cuando llegó su muerte, su familia hizo los rituales del velorio asignándole la identidad de un varón, con ropa de hombre, y hasta en el ataúd aparecía una placa dando a conocer su nombre natal, aquel con el que no se sentía identificada, el que no le gustaba usar, “David”.

El reconocimiento de la identidad

El problema viene por dos lados, por una parte, el reconocimiento de su identidad en el ámbito jurídico, y por otra, en el amplio mundo del reconocimiento social simbólico.

El primero trae consigo historias de exclusión y discriminación institucional, desde la lista de inscripción en las escuelas o colegios, hasta el contenido en sus cédulas de identidad y su derecho a votar. Muchas mujeres trans cuentan que en las instituciones pasan por momentos incómodos, Alejandra, por ejemplo, dice :“Siempre me discriminan cuando me voy a inscribir, me miran con otros ojos, me miran mal, y no me tratan como deberían, comienzan a cuchichear y la gente te empieza a ver de otra manera y aquello incomoda”,

El aspecto simbólico está en la adopción de la identidad física femenina y su lucha por el reconocimiento y respeto por parte de la sociedad, incluyendo las instituciones. Es decir, el uso de implantes de senos en el cuerpo, el cabello largo, las uñas pintadas, las faldas y el tono femenino al hablar, aunque todavía se noten algunos rasgos masculinos a simple vista, hacen que mucha gente tenga miradas raras y comentarios desagradables, que madres alejen a sus niños de ellas, que hombres no se sienten a su lado en el transporte público o que reciban tratos diferentes cuando policías o doctores al mirar sus identificaciones vean el nombre de un arón y en frente suyo esté una mujer trans.

La historia de Chantal

Chantal tiene 27 años, también ejerce el trabajo sexual, y hace unos años tenía problemas de salud que intentó solucionarlos visitando un hospital público.

Ella se encontraba muy enferma, tenía dolores agudos en el páncreas. Llegó al hospital en busca de atención médica y en cuanto notaron su situación de mujer trans, el trato comenzó a cambiar. Las miradas eran de reojo y los comentarios, casi en silencio, de las enfermeras la ponían incomoda. Los doctores no quisieron atenderla y sólo practicantes universitarios le daban calmantes para el dolor. Era muy tarde y decidieron internarla en el sector de varones, lugar donde no faltaron burlas de otros internos y enfermeras. Chantal tuvo que fingir ya no sentir dolor para salir de aquel lugar lo más antes posible, desde entonces asegura que prefiere pagar un médico particular que la trate con respeto a seguir recibiendo burlas en un hospital público, lo cual no es fácil de encontrar.

Los cuidados de salud

 

En los ideales de una mujer trans está sentirse una mujer completa, más físicamente que psicológica, porque éste último ya lo ha ido construyendo toda su vida. Entonces, las operaciones necesarias poseen un alto grado de cuidado por lo que necesitan médicos especialistas en temas de hormonas, uso de siliconas y sensibles en salud mental, los que resultan ser escasos en Bolivia.

Se estima que el problema VIH lo controlan con el uso del preservativo, aunque los clientes no siempre tienen la iniciativa. Un informe realizado por la Mesa de Trabajo Nacional (MTN) indica que 5 de cada 10 clientes, en el trabajo sexual, no tiene la iniciativa de utilizar preservativo, lo que demuestra la falta de responsabilidad.

Cada vez que ellas sienten malestares, tratan de evitar situaciones incómodas visitando lugares públicos. El mismo estudio de la MTN indica que en Cochabamba sólo el 17.4%  acude a centros de salud u hospitales estatales, el 26.1% acude sólo a farmacias, el 4.3% a ONG’s o iglesias, 39% a CDVIR (Centro Departamental de Vigilancia, Información y Referencia Epistemológica) y el restante 39.1% a médicos privados. Aquellos datos demuestran que la mejor opción de servicio de salud para esta población es aquel que les brinda respeto por razones de apoyo institucional o a causa de incentivo económico.

Su constante interacción con una sociedad conservadora en el día, y una ciudad misteriosa con bares y peligros en las calles por la noche, hace que esta población permanezca constantemente sometida a violencia física y psicológica. El protocólo de las actividades diurnas las discrimina con miradas y comentarios escondidos, y los peligros de la noche con violencia, enfermedades y un estilo de vida complejo, algo que sin duda, para muchos puede responder a un “estilo de vida”.

prueba

Los afrobolivianos tienen su población extendida a las comunidades y municipios de los Yungas.